El conocido
estribillo expresa una alegría inmensa al decir: “Libre, yo soy libre, las
cadenas del pecado han sido rotas…”
Y es que para
poder ser libre de cualquier esclavitud, se requiere de la ayuda de alguien que
posea la llave para darnos la libertad, el poder para transformar nuestra
esclavitud y angustia, en gozo, gratitud y alegría y el amor para otorgarnos
esa bendición a pesar de nosotros mismos.
Jesucristo, el
Rey de reyes y Señor de señores, el Hijo de Dios, El Todopoderoso, nuestro
Salvador y Soberano Es el Único que Tiene las llaves de todo principado y
potestad en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, Tiene el poder para
hacer cualquier cosa que Él quiera hacer y Tiene el amor para hacernos libres
del pecado, de la tristeza, de la angustia, del dolor y de la culpa.
Ya lo hizo al
derramar Su sangre y pagar por nosotros la pena por el pecado y vencer la
muerte por nosotros al resucitar al tercer día venciendo al enemigo de nuestras
almas. Solo Desea que le creamos, que aceptemos Su regalo de amor, que le
sigamos, que lo busquemos día con día y no demos lugar para volver a caer en la
esclavitud pasada.
El Prometió
estar con nosotros como poderoso gigante y además por siempre (Jer. 20:11, Mt. 28:20)
¿Para qué somos
libres? Para cantarle, alabarle, servirle, compartirle a otros de Él, para
gozarnos, para obedecerle y no como esclavos que hacen las cosas por fuerza y
tenor de ser castigados, sino como siervos agradecidos que desean agradar a su
Señor.
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