Ser parte de una familia
es una bendición de por sí; pero ser parte de una familia unida y entregada a
Dios, en búsqueda de Su presencia, es algo invaluable.
Una familia unida y
entregada a Dios se apoya, es solidaria, se cuidan entre sí, se procuran, se
respetan y gozan de la convivencia. Disfrutan juntos en las buenas y lloran
juntos en las adversidades.
Una familia entregada a
Dios, es la fortaleza de la iglesia, es ejemplo de la sociedad tanto secular
como eclesiástica. La familia entregada a Dios representa la esperanza de toda
sociedad. Esperanza al cautivo, esperanza al pecador, al enfermo, al desvalido,
porque una familia entregada a Dios, intercede, ruega, suplica, hace vallado entre
Dios y la gente que no lo conoce.
Una familia unida y
entregada a Dios es un paraíso anticipado en la tierra porque la armonía, el
amor, la comprensión y la convivencia diaria, los momentos devocionales, la
oración en conjunto, es lo más parecido al estado eterno que Dios tiene
preparado para los que estemos escritos en el libro de la vida.
Para entregarse se
requiere fe, determinación, deseo, voluntad. Se requiere un vínculo perfecto
que sea el centro, el alma, la referencia, la razón de ser y existir y no puede
ser otra cosa que el amor de Dios en las vidas.
Pidámosle a Dios que Su
iglesia, se llene de familias entregadas a Él, que inspire vidas, que mueva
corazones, porque una familia unida y entregada a Dios, es el arma más fuerte
que Jesús puede usar contra el enemigo.
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