Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo:
Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo:
Quiero; sé limpio.
Y al instante su lepra desapareció
Mateo 8:2-3
En
tiempos antiguos la lepra era una enfermedad temida porque no existía cura. Era
una enfermedad terrible para quien la padecía y en gran manera contagiosa; el
sacerdote lo declaraba leproso y era expulsado de su hogar y de la ciudad en la
cual vivían, era un rechazado por la sociedad. Lo enviaban a vivir en una
comunidad con otros que estaban en a misma condición. Debía permanece en ese
lugar hasta que se recuperara o muriera.
Cuando
el leproso le suplicó a Jesús que lo sanara, nuestro Salvador, tuvo misericordia,
se le acercó y lo tocó, no le importó que su piel estuviera cubierta de ese
terrible mal. Jesús no lo rechazó, lo recibió, lo sanó y lo amó.
Definitivamente
y sin lugar a dudas solo el toque sanador de Cristo puede sanarnos de una
manera milagrosa. Jesús tiene el poder y la autoridad para hacerlo, pero la condición
para que Él lo lleve a cabo, es nuestra fe. Toda nuestra confianza debe estar
puesta en Él si queremos recibir un milagro.
Así
que decidámonos al igual que el leproso a acercarnos al Señor. Reconozcamos que
no podemos curarnos nosotros mismos y roguémosle a Cristo por Su ayuda sanadora
y salvadora para nuestra vida. Hagámoslo con fe.
Queremos
orar por ti
Templo
Cristiano Eben-ezer
Saludos
cordiales, bendiciones
Maná
para Eben-ezer
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