Cuando los discípulos le
dijeron al Señor que les aumentara su fe, fueron muy honestos y humildes.
Admitieron su debilidad, pero a la vez fueron osados al solicitar lo que más
necesita el hombre. No le pidieron a Jesús que les aumentara los dones o
habilidades para hacer la obra. Esta petición es rara en este tiempo. Vivimos
en una continua búsqueda por aumentar las ganancias y riquezas. Quisiéramos
aumentar nuestros conocimientos para poder responder de una manera adecuada a
aquellos temas que nos fascinan. Quisiéramos aumentar nuestras habilidades para
hacer mejor el trabajo. En el hombre hay una sed natural por querer aumentar su
estándar de vida. Pero me atrevería a decir que en muy raras excepciones hemos
pedido a Dios que aumente nuestra fe.
Hablemos de nuestra
propia vida espiritual. ¿No es cierto que cuando creímos en el Señor nuestra fe
era tan grande, hasta el punto de vencer aun los problemas que considerábamos
casi imposible? La experiencia de nuestra conversión nos hacía intrépidos,
audaces y valientes. Pero qué fue pasando con el tiempo. Nos fuimos dando
cuenta que aquella fe robusta, osada, digna de imitar por muchos, fue
decayendo, apagándose como vela en la noche. El dominio de las preocupaciones,
temores y angustias fue sustituyendo a esa fe poderosa de nuestra “luna de miel
espiritual”. Ahora, a lo mejor sentimos la misma debilidad de los apóstoles.
Pero no nos sintamos mal por esto. Al contrario, el hecho mismo de descubrirlo,
y de pedir como los apóstoles, es una señal que plantea un cambio en esa fe.
Cuando le pedimos al Señor que nos aumente la fe, lo que estamos diciendo es
que no quisiéramos seguir con una fe raquítica y estéril. Por otro lado, esta
petición de igual manera nos ayuda a redefinir la clase de fe que hemos llevado.
Mucha gente ha puesto su
vista en tantas cosas que le “producen” cierta fe. Pero la Biblia nos dice que
nuestra fe debiera ser puesta en Jesús porque él es el “autor y
consumador de la fe” (He. 12:2) Este es un texto muy serio. Quita del camino
cualquier otra fuente de la fe. Y esa fe es dada por oír la palabra de Dios
(Ro. 10:17) Es, además, una fe probada cuyos resultados finales son de gran
bendición para el creyente mismo. ¿Qué tipo de fe estamos desarrollando? ¿Qué tanto estoy
creciendo en esa fe?
Extraído de: http://www.ministros.org/
Saludos cordiales, bendiciones
Maná para Eben-ezer
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