Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un
cabezal, y le despertaron, y le dijeron: Maestro, no tienes cuidado que
perecemos.
Y levantándose, reprendió al viento y dijo al
mar. Calla, enmudece.
Y ceso el viento, y se hizo grande bonanza.
Marcos 4:38-39
En
esta escena Jesús aparece muy dormido, hasta hubo que sacudirlo para que
despertara. Él había predicado todo el día, estaba fatigado y en su humanidad tenía
que descansar.
Bella
escena que el maestro nos da a conocer en su ministerio. Dormía entre las olas,
la tempestad, el ir y venir de los discípulos en medio de la barca debido al
temor de la tormenta. Y no solo eso, nuestro Jesús al despertarse, con una sola
palabra, calmo la tempestad, con su voz
calmaba no solo los elementos de la naturaleza sino también los
corazones.
“Nunca nadie ha hablado como este hombre” Juan 7:46. Fue la expresión de los guardias a los sacerdotes y
fariseos que le preguntaban por ese tal Jesús
ya que andaba alborotando a la gente. Sus palabras daban aliento al alma desesperada,
perdonaba, daba paz. Todos al escucharlo hablar sabían que curaba al enfermo,
levantaba al necesitado, resucitaba a los muertos, enseñaba, consolaba, aconsejaba
y narraba parábolas, ¡Que interesante!
Era
Jesús el maestro, que al extender el reino de los cielos predicando el
evangelio se cumplía la profecía de Isaías: “el Espíritu de Dios está sobre mí por cuanto me ungió Dios para dar
buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado
a sanar a los quebrantados de corazón a pregonar libertad a los cautivos y
vista a los ciegos. A poner en libertad a los oprimidos a predicar el año
agradable del señor”. Isaías 61: 1-2
Desde
su cuna hasta la cruz se rodeó de hombres y mujeres de diferentes razas,
colores, categorías sociales y económicas; hombres del campo y cuidad,
artesanos e intelectuales, pobres, ricos justos y pecadores, jóvenes, niños, pudieron
experimentar el poder de Dios a través de su palabra, tanto que el pobre se
hizo rico, el malo se hizo bueno, el enfermo sano y los que estaban perdidos
fueron salvos.
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