Este Rey del que habla el versículo es Jesús mismo; el Mesías prometido. El autor predijo con exactitud, cientos de años antes de que sucediera, el lugar del nacimiento de Cristo. Jesús el Rey eterno descendiente directo del rey David, vendría al mundo a rescatar y a salvar a todos lo que estuvieran perdidos mientras exista este mundo en que vivimos.
Isaías 9:6 dice: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”
En un momento de gran oscuridad, Dios envió una luz que brillaría en todas partes y en cualquier persona que quisiera conocerlo y recibirlo como su Señor y Dios. Este mensaje de esperanza se cumplió con el nacimiento de Cristo y el establecimiento de su reino eterno. Jesús el Hijo de Dios, vendría a vivir como hombre. Se despojaría de sí mismo y aún siendo Dios, se transformaría en humano para vivir entre nosotros. Vino a este mundo y porque nos ama, nos ayudó, nos liberó de la esclavitud del pecado, se entregó por nosotros y murió para darnos salvación y vida eterna. Murió como humano, pero resucitó al tercer día y ahora está sentado a la diestra de Dios Padre reinando, e intercediendo por ti, por mí y por el mundo entero.
Aún cuando es eterno, entró en la historia humana como hombre: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Jesús es eterno, permanece para siempre y es el mismo ayer, hoy y lo será por los siglos y por toda la eternidad. (Hebreos 13:8). Y está llamando a la puerta de nuestro corazón para que lo dejemos entrar.
Bendiciones.
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