Mi familia no es muy numerosa, es una familia de cinco miembros, papá, mamá y tres hijas; y como tal vez sucedió en muchos hogares el mío era uno en el que papá se dedicaba a trabajar y proveer lo necesario mientras que mamá estaba a cargo de todo lo que conlleva la crianza de las hijas. Por muchos años mi mamá siempre se preocupó de atendernos al 100% en cada una de nuestras necesidades, sin embargo esta dependencia madre-hijas-madre trajo en el futuro, cuando fuimos formando nuestras propias familias, una problemática para mi mamá: El síndrome del nido vacío, que según los expertos dicen que es “la sensación general de soledad que los padres pueden sentir cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar”, conocer esta situación lamentablemente fue doloroso, pues esto fue trayendo consigo otros problemas de salud, pues para ella su vida ya no tenía sentido. Actualmente, con la ayuda de Dios y tratando de corresponderle, hemos estado apoyándola en todo lo que podemos, ya que ahora ella es quien necesita de sus hijas.
Analizando y haciendo una comparativa de esta
situación, me llevó a pensar en mi relación con Dios, en mi “dependencia total”
de Él, en que fuera de Él simplemente no tendría sentido mi vida, en el cómo es
necesario estar totalmente bajo Su cobertura, pues apartada de Él, como dice el
canto, tendría un vacio en mi corazón,
vagaría sin rumbo y sin dirección.
Hoy a pesar de que algunas veces el enemigo ataca e
intenta desanimarme, doy gracias a Dios porque un día tuve la necesidad de
buscar a Dios, porque un día decidí ser una hija de Dios, que por Su infinita
misericordia, supe que si decidía aceptarle y recibirle en mi corazón Él tenía
muchas promesas para mi vida, porque Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré
(Hebreos 13:5b), y así como me dio la bendición de tener una familia en esta
tierra a la cual hoy a pesar de tener una vida independiente de ellos, todavía los
necesito, sé que al ser hija de Dios, también tengo una familia en Cristo con
la cual es necesario congregarme
(Hebreos 10:25) y habitar en armonía (Salmo 133:1) y por fe sé que un día
habitaré en Sus moradas celestiales (Juan 14:2-3)
Maná para Eben-ezer
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