Dios quiso que la historia de la salvación dependiese de dos jóvenes que soportaron todas las circunstancias que nosotros hubiésemos creído humillantes. Un Dios humilde como un recién nacido, un niño que llora, que necesita comida, que tienen que cambiarle los pañales, Dios padre impotente desde el cielo, esperando, viendo la escena, dejando que muchas veces la tierra sea cruel con su Hijo, confiando ciegamente en esos dos jóvenes: José y María. Ellos tuvieron que aprender que la confianza en Dios no tiene que ver en primer lugar con los sobrenatural y lo milagroso, sino con las cosas sencillas de cada día. Las dudas vendrían en muchas ocasiones, y solo la entera y total dependencia de Dios sería la respuesta, porque no habría más respuestas sobrenaturales, ni siquiera por parte del niño.
El Rey con mayúsculas nació y vivió pobre, nadie pudo quitarle nada porque nunca tuvo nada. Desde su nacimiento se identifico con los que tenían menos. La Biblia dice sus padres ofrecieron un sacrificio menor cuando Jesús nació “un par de tórtolas y dos pichones” (Lucas 2:24). Dios quiso enseñarnos que la salvación que él nos ofrece viene de lo más profundo: no desde el poder, el dinero o la religiosidad o la posición social aventajada. Ni si quiera de desde la majestuosidad de un cielo lejano y admirable.
La historia nos dice que sus padres no llegaron a entender todo lo que estaba ocurriendo, y que sólo “guardaban cosas en su corazón” No podían comprender que aquel niño que lloraba pudiese ser Dios mismo. ¡Cuántas veces habría duda en su corazón! Muchos en Israel soñaban ser los padres del futuro Mesías. Quizás podían pensar que si eran elegidos por lo menos serian llevados a un palacio, o quizás serían reconocidos por todos. ¿Quién podría pensar que el Mesías iba a pasar sus primeros momentos entre vacas, burros y ovejas? ¿A quién se le ocurrió alguna vez que las visitas “de sociedad” que iba a recibir el Mesías fueran algunos malolientes pastores?
Mientras nuestro mundo sigue buscando la respuesta a su futuro en políticos, científicos, líderes sociales, adivinos, artistas, figuras conocidas de los medios de comunicación y muchos otros, el niño de Belén sigue siendo el único capaz de hacer callar a todos. El es el que tiene la última palabra en el gobierno del Universo. Nadie puede pasar por encima de Él. No hay nada más importante en el mundo que volver a aquel pesebre para abrazar a Dios.
* Abstracto tomado del libro: COMPASIÓN de Jaime Fernández Garrido
Saludos cordiales, bendiciones
Maná para Eben-ezer
Templo Cristiano Eben-ezer
ebenezertemplocristiano2009@gmail.com
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