El amor de Dios es intrínseco. Queremos decir que no hay nada en los objetos de su amor que pueda provocarlo, ni nada en la criatura que pueda atraerlo o impulsarlo. El amor que una criatura siente por otra es producido por algo que hay en ésta; pero el amor de Dios es gratuito, espontáneo, inmotivado. La única razón de que Dios ame a alguien reside en su voluntad soberana: “No por ser vosotros más que todos los pueblos pos ha querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos todos los pueblos; sino porque Jehová os amó” (Deuteronomio 7:7,8). Dios ha amado a los suyos desde la eternidad, y, por lo tanto nada que sea de la criatura puede ser la causa de lo que se halla en Dios desde la eternidad. Él ama por sí mismo “según el intento suyo” (II Timoteo 1:9).
“Nosotros le amamos a ÉL, porque Él nos amó primero” (1Juan 4:19). Dios no nos amó porque nosotros le amábamos sino que nos amó antes de que tuviésemos una sola partícula de amor hacia Él. Si Dios nos hubiera amado correspondiendo a nuestro amor, no hubiera sido espontáneo; pero, porque nos amó cuando no había amor en nosotros, es evidente que nada influyó en su amor. Si Dios ha de ser venerado, y el corazón de sus hijos corroborado, es importante que tengamos ideas claras acerca de esta verdad preciosa. El amor de Dios hacia cada uno de “los suyos” no fue movido en absoluto por nada que hubiera en ellos. ¿Qué había en mí que atrajera al corazón de Dios? Nada absolutamente. Al contrario, todo lo que repele, todo lo que le haría aborrecerme –pecado, depravación, corrupción – estaba en mi corazón; en mi no había cosa buena.
* Tomado del Libro Los atributos de Dios (A.W.Pink)
Saludos cordiales, bendiciones
Templo Cristiano Eben-ezer
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Arturo Gómez Garza
Pastor Eben-ezer
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