Todos conocen la historia de los magos. Llegaron del oriente para conocer al niño y adorarlo. Pero algo sucedió que casi pasa inadvertido. Los magos se presentaron delante de Herodes preguntando donde había nacido Jesús. Herodes quiso utilizarlos, su maldad era tan grande que no quería dejar con vida al que había nacido Rey. Después de que adoraron al Mesías, Dios hizo que los ángeles se aparecieran a los magos para que no volviesen a Herodes. Para que regresaran a sus casas por otro camino (Mateo 2:1-12).
Tan sencillo como eso: No volver por el mismo camino. Porque no es posible ver a Jesús y regresar de la misma manera que uno ha llegado. No se puede estar a solas con el Salvador y volver por el mismo camino. Ese momento tiene que ser el más importante de nuestra historia.
Más de dos mil años antes del nacimiento del Salvador, Dios había dejado escrito a su pueblo “no volváis nunca por este camino” (Deut. 17:16) Le había explicado las cosas que podía destruirlos. Caminos de odio, de calumnias y maldición, de querer hacer lo que otros hacen, caminos de lejanía de Dios y pérdida de amor a Él, caminos de incredulidad y falta de fe, caminos de orgullo y confianza en nosotros mismos, en lo que somos o tenemos…
Los magos vieron al Señor y regresaron por otro camino. Su vida fue diferente, no quisieron volver a las mismas cosas, porque no se puede contemplar al Rey y seguir siendo el mismo. Porque si lo vemos en la cuna, en su vida, en su cruz, en el poder de su resurrección, Si somos capaces de poner nuestra mirada en el Señor, le escuchamos, y recibimos sus bendiciones y nada ocurre en nuestra vida, estamos perdiendo lo mejor de la vida. Caemos en la misma condenación que Herodes.
* Abstracto tomado del libro: COMPASIÓN de Jaime Fernández Garrido
Saludos cordiales, bendiciones
Maná para Eben-ezer
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