Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Juan 8:36
“¡Soy libre madre, no importan las cadenas en mis manos, no importa el veredicto de los jueces, Dios me perdonó, Él me absolvió, soy libre!”
Estas fueron las asombrosas palabras que dejaron atónitos a más de un transeúnte que pasaban cerca del bus que llevaba de regreso a la Penitenciaría de mi ciudad a un grupo de presidiarios que, como cada miércoles, son llevados al Palacio de Justicia para sus respectivos juicios.
Cada miércoles el Palacio de Justicia de mi ciudad, ofrece un cuadro poco alentador, pues las esposas, madres e hijas de los reos se agolpan en la entrada de este lugar para poder ver aunque sea de lejos a sus parientes. Estos son los momentos en que estas mujeres pugnan por tocar a sus seres queridos; tratan de gritarles palabras de ánimo o enviar mensajes secretos a los reos. Todo esto en medio de un gran cerco policial, los transeúntes que caminan por ese lugar, y los carros que con sus impacientes conductores hacen casi imposible el poder transitar en paz.
De repente, en medio de todo este bullicio, salen los reos, y hay uno que llama la atención por su rostro y caminar tranquilo. Detrás lo sigue una anciana con su pequeña nieta. Y, al subirse al bus que los llevaría de regreso a la cárcel, esta madre grita: “¡Dios te bendiga hijo, ten ánimo!”, y es aquí donde este reo levanta sus manos encadenadas y, sosteniendo una Biblia, grita a través de la ventana: “No te preocupes madre, estoy tranquilo. Yo estoy pagando por mis pecados, estoy pagando justamente, pero no importa, ¡soy libre madre, no importan las cadenas en mis manos, no importa el veredicto de los jueces, Dios me perdonó, Él me absolvió, soy libre!"
Acto seguido, el autobús parte de regreso con destino a la Penitenciaría…
Todos los que pudieron observar este cuadro, quedaron estupefactos. ¿Cómo es posible que un hombre encadenado se sienta libre?, ¿Cómo es posible que alguien que vive encarcelado experimente libertad en su vida?
La verdadera libertad no consiste en estar fuera de una cárcel, en poder salir y hacer lo que queramos; tampoco la libertad consiste en poseer bienes materiales que nos exoneren de apremios e incomodidades. La libertad es una situación o estado interno que nos permite sentirnos bien, en paz, aún si nuestro cuerpo es privado de moverse de un lugar a otro. Y esa libertad sólo se la puede alcanzar si Cristo mora en nuestras vidas; si pedimos perdón a Dios por nuestros pecados y dejamos que la sangre bendita de Su Hijo Jesucristo limpie nuestros corazones de todo mal. Sólo allí, sin importar las circunstancias, seremos verdaderamente libres.
Hermano(a) que ha leído esta publicación, lo invito a que busque a Dios y que permita que Él lo transforme, y a través de la sangre Bendita de su Hijo Jesucristo usted experimente libertad; esa poderosa libertad capaz de romper las cadenas más gruesas del pecado, y dejar libre, sin ninguna carga el alma de todo el que le busca con corazón sincero.
Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Juan 8:36
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